Aquella fría noche porteña de abril de 1939 Alberto Rosenberg, el Ruso, había decidido dejar la música: a los 35 años no había logrado que su talento como cantor de tangos fuera reconocido por los grandes estudios ni que las estaciones de radio se interesaran por sus interpretaciones. Hijo de un rabino matarife, tenía una familia que alimentar y un suegro que lo presionaba para que se le uniera en su sedería en el barrio de Once. Sin embargo, esa misma noche desolada el Ruso escucharía la...