Este volumen de cuentos supuso un antes y un después en la narrativa de Concha Alós, se convirtió en un reto de superación estética para ella, deudor del proceso de renovación formal iniciado por Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio, de la narrativa de Kafka, y también, por qué no, del emergente realismo mágico. Concha Alós podría haber sido miembro de pleno derecho de la denominada generación del medio siglo, acompañando a autoras como Carmen Laforet, Ana María Matute...