Dios tiene un pueblo, objeto de su favor especial, una compañía a los que ha tomado para tener una relación íntima consigo mismo de tal manera que los llama «pueblo mío». Muy a menudo ellos se sienten desconsolados debido a sus inmundicias, las tentaciones de Satanás, el trato cruel del mundo o el pobre estado de la causa de Cristo en la tierra. El «Dios de toda consolación» (2 Corintios 1:3) es muy tierno hacia ellos, y es Su voluntad revelada que Sus siervos venden al corazón roto y derramen bálsamo de Galaad en sus heridas. ¡Qué causa tenemos aquí para exclamar «¿Qué Dios como tú?»! (Miqueas 7:18), al que ha provisto el consuelo para aquellos que anteriormente fueron rebeldes contra Su gobierno y transgresores de Sus leyes.
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