Una imagen puede darnos, aproximadamente, una idea de Dios: la de la electricidad. Nos servimos de la electricidad para alumbramos, para calentamos y para poner en funcionamiento toda clase de aparatos. Pero, ¡cuántas precauciones hay que tomar para no provocar accidentes! Un contacto directo con la electricidad puede ser mortal. Para hacerla llegar hasta nosotros y poderla utilizar con el menor riesgo, debemos adaptarla mediante transformadores. Pues bien, lo mismo sucede con Dios. Dios es comparable a una electricidad pura que sólo puede descender hasta nosotros a través de transformadores. Estos transformadores son las innumerables entidades luminosas que pueblan los cielos y a las que la tradición ha denominado «jerarquías angélicas». A través de ellas recibimos la vida divina, y a través de ellas conseguimos entrar en relación con Dios.
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