Al anochecer en el bosque se escuchan solo crujidos, gritos casi humanos y el latido acelerado de los corazones de Daniel, Magdalena y Elías. En sus cabezas, la misma pregunta martillea ferozmente: ¿cómo terminaron allí, solos? No hay comida, ni agua, ni teléfono celular para pedir ayuda. Parece imposible creer que sus familias hayan decidido abandonarlos. Dos ojos los espían desde detrás de los árboles y todos los días, cuando despiertan, encuentran una nota que les dice qué hacer: a ellos, que...