La piel es la receptora de las infinitas vibraciones de nuestro entorno, un espejo giratorio de nuestra profundidad. Constituye un umbral de tránsito entre la interioridad y la exterioridad del cuerpo, entre lo más personal y lo más social, entre la intimidad y la forma de presentarse y exponerse al mundo. En el trasiego constante que llevamos a través de su frontera suelen conformarse caminos muy profundos; tanto, que horadan su virtualidad hasta que caemos por un agujero, como en el cuento...