La vida de Roque Castellanos parece pender de unos pocos hilos. Por un lado, de los persistentes timbrazos de un teléfono al que pocas veces atiende y que inundan de ruido la vida solitaria que ha forjado en las cuatro paredes de su casa. Por otro, del permanente diálogo que mantiene con su gato Leopoldo, a quien tiene como al más estimado de los confidentes pero a quien también reprocha que lo deje abandonado en las noches en que este se marcha detrás de las gatas de su barrio. Y, por último,...