Nikánder corría. El monstruo estaba detrás de él segando la hierba como una guadaña. Y el olor de la pólvora, y el olor de la pradera, y la velocidad. Senderos serpenteantes corrían delante suyo, giraban y morían, todos salvo el que lo llevaba directamente al bosque (imagen de otro bosque imprecisamente antiguo), y al árbol, y a la mujer, y a su misterio. Mujer de origen divino, hembra, diosa y madre, dueña resplandeciente de secretos inconmensurables. El saber de su existencia estaba prohibido,...