Nunca estoy sola, ni siquiera cuando estoy sola. Veo a los muertos inquietos, las almas que vagan por el Barrio Francés. No consiguen avanzar ni yo dejar de verlos. Llevo un colgante de malaquita como protección y así controlar qué o a quién dejo entrar. Es la única manera de conservar la cordura. Sin embargo, todo cambia el día que Cassien Winslow se une a la visita fantasmal que dirijo y mi mundo estalla en mil pedazos cuando me mira con sus ojos verdes del mismo color que la piedra que llevo...